GENERAL PUEYRREDÓN: De Portugal a Mar del Plata

Cruzó el Atlántico en un velero para reencontrarse con sus padres

Juan Manuel Ballestero llegó a “La Feliz” luego de pasar casi tres meses en alta mar impulsado por su temor de nunca más ver a su familia a raíz del Coronavirus. Cómo fue la travesía con una embarcación que no era la más apta para el viaje.

«Manden una milanesa», gritó Ballestero desde la cubierta, en tono de broma, pero con la ilusión de que le cumplan el deseo luego de casi 3 meses en alta mar. (Foto: La Nación)

Ante la escasez de vuelos, Juan Manuel Ballestero (47 años) cruzó en un pequeño velero el océano Atlántico, desde Portugal a Mar del Plata, para poder sortear la falta de vuelos por la pandemia y reencontrarse con sus padres Carlos y Nilda, que tienen 90 y 82 años.

«Se morían 1000 personas por día en Europa y el coronavirus avanzaba, temí no ver nunca más a mi familia «, contó a La Nación, apenas arribado a Mar del Plata, quien decidió en 24 horas un viaje que cualquier otro soñador de los mares planea toda su vida.

Su hermano Carlos lo esperó en uno de los muelles del Club Náutico, frente al que quedará anclado el Skua, la embarcación de apenas 8,8 metros de eslora y 3500 kilos que fue su transporte y su hogar desde el 24 de marzo pasado, cuando zarpó.

«Es una locura», le habían dicho sus amigos cuando les contó su intención de llevar a cabo semejante odisea –pasó casi tres meses en alta mar, por momentos en medio de rutas de enormes buques de carga– con un velero plástico. «Lo que se necesita aguas adentro es acero», había reconocido el propio Ballestero en un video.

No era el único riesgo que corría en una travesía de esta magnitud. «Me agarra en viaje algo tan sencillo como una apendicitis y no la cuento», explicó. Para sus familiares y amigos esa incertidumbre se disipaba cuando se acercaba a alguna costa y tenía señal para enviar los videos que iba grabando.

Con 200 euros compró víveres y emprendió el viaje. Recuerda como uno de los momentos menos deseados las calmas en aguas del Ecuador. Y los «cachetazos» de olas enormes que por esa zona le tumbaron el velero. Pequeño y frágil, resistió. Aunque tuvo que esmerarse para reparar el obenque y sellar con el poco cemento que tenía algunas grietas que se abrieron en el casco. «Me entró agua hasta en el ombligo», resaltó con alegría un momento que sintió que podía ser terminal para su derrotero.

Zarpó de Portugal cuando el virus no andaba todavía por esas costas. Y se lo encontró, obligado, cuando en Vitoria (Brasil) tuvo que bajar a tierra en busca de combustible y víveres. Entonces sí fue momento de barbijo, alcohol en gel y mucho miedo de contagio. «Ahí sí me preocupé porque nadie se cuidaba», destaca un comportamiento que a Brasil le está costando decenas de miles de muertos en muy pocos meses.

También tuvo que hacer paradas en Uruguay, para reponer combustible. Jamás quiso pisar tierra allí, también decidido a no arriesgarse ni poner en peligro a los residentes en el caso de que su paso por Brasil lo hubiese puesto en contacto con el virus.

Casi 60 horas le llevó el tramo final. Cuenta que navegaba frente a San Clemente del Tuyú cuando todavía de noche veía en el horizonte los relámpagos de una tormenta grande que lo esperaba al sur. Vientos muy fuertes, olas grandes y lluvia intensa fue el dramático preludio de su llegada a Mar del Plata.

«No quiero ninguna diferencia, aquí hay que cuidarse y mi hogar está en el mar», dijo luego de la oferta para cumplir la cuarentena obligatoria de 14 días en uno de los hoteles que dispone el municipio local para los repatriados.